01 octubre, 2017

Zurita y la gramática no son buenos amigos



Una vez aprendí que las conductas pasadas son el mejor predictor del desempeño, medido en cualquiera de las formas posibles, aplicado a la vida, al trabajo, a las relaciones y a las dificultades que pueden ocurrir a lo largo de la vida. Algo en alguna medida asociado seguramente a la cabeza y al pensamiento lógico diría que sí, es la verdad; pero el pensamiento mágico e inexplicable, el del corazón y el de la intuición va por un camino diferente. Llevo miles de entrevistas y conversaciones en el cuerpo y cuando de alguna forma saltas, sabes que no siempre la lógica es la correcta. Escuchar al corazón es el paso que suma y da el seniority.

Tuve una lucha desde niño, entre corazón y cabeza, qué era lo correcto, si mis sentimientos o lo que podría ser aceptado como correcto. Di vueltas varios años al tema, y entre que crecía mi cabeza se iba haciendo cada vez más mínima ante los deseos del corazón. Pensé en la fantasía de una familia que quizás nunca tendría; así como también en todos los que iban siendo parte de mi vida. Los amé de alguna forma, o los amo, o el amor es eterno. Es una respuesta que no tiene lógica ni sentido. Hoy, con toda la tragicomedia turca que llevo en el cuerpo no lo sé. ¿Por qué me vine?, ¿por qué me fui?, ¿dónde están mis raíces? Era el pensamiento que daba vueltas y vueltas en mi cuando despegué de Santiago para volver a Antofagasta después de más de dos años. Cuando bajé las escaleras de mi casa en Peñalolén y supe que nunca más volvería- a la casa, a ser el mismo- y tomé en cuenta que estaba en una ciudad, absolutamente solo y con una responsabilidad por delante: crecer. Era un niño, de ideas fijas y con sentimientos puros al que le costó un tiempo aceptar que la vida en si es una lucha que se vive así, sin ninguna anestesia, sin pena ni miedo como dice Zurita sin puntos ni gramatica que de un sentido, en medio de un cerro antes de llegar a Antofagasta.

Los trenes se van al purgatorio, Tocopilla, Jodorowsky, la tierra en que un bisabuelo pisó para soñar en un mejor futuro. Era todo. Era un hombre-niño mirándose al espejo desnudo con cicatrices de un pasado doloroso.  Ese niño que se había ido de la tierra que lo vio crecer, volvía para mirar con otros ojos la verdad en la que estaba envuelto. La misma verdad que vio cuando volvió a su ciudad de origen. Fernando cree tener todas las variables contabilizadas; Cristóbal tiene sueños y algunos miedos. Una dicotomía incorrecta y enemiga en sí misma, llena de inconsistencias.

Busqué desde el asiento del avión la frase célebre “ni pena ni miedo” Encontré algo a lo lejos, unas palabras llenas de polvo desértico que difuminaba sus intenciones, como las de ese hombre inconsistente. Miré la ciudad a lo lejos, la ciudad en la que caminé con miedo y del miedo alimenté mi fortaleza.  Caminé como si los años no hubiesen pasado y con la misma confianza de siempre. Es una ciudad que es mía. El aire y el calor me quitó el dolor que llevo dentro como un cuchillo siniestro y congelado, y sentí tranquilidad, calma, seguridad…volvería? Porqué me vine, porque me fui, dónde están mis raíces y una cantidad de pensamientos recursivos.

Vi la ciudad y en un espejo de mosaicos en el centro de Antofagasta, me miré fijamente. Mi cara, mi cuerpo, mis ojos, algo de miedo y también algo de pena, pero también de convicción. En un par de días sabía que la prueba no había terminado y que no debía anquilosarme. Si hay dolor y miedo qué más da? ¡Viviré la vida con dolor y miedo, pero también con convicción y sin gramática! Había decidido mirarme sin ningún tipo de prejuicios. Soy feliz así dije, feliz como es mi vida ahora y no volvería atrás. El corazón es la respuesta al miedo y a la pena.

La lección ya la había ganado y era en si una conducta pasada, predictora de algo que seguramente tiene relación directa con mi vida en el hoy y seguramente en el mañana con quienes me aman y a quienes también amo.

Cuando tomé el avión de regreso, miré el reflejo del avión en la tierra. Fernando había decidido no volver, y Cristóbal lo acompañó, sin ningún tipo de puntuación, a secas.