25 enero, 2008

Nadie

Amilanar pasados,

Abrir ventanas

Escuchar silencios.

Mirar zorzales en el barro,

Esconder el alma de la noche.

Pedirle a mi sombra un resguardo,

Y ocultar de ella mis engaños.

Negarla,

Buscarla,

Seducirla y botarla.


Regalar historias,

Pedazos de vida y música basura.

Escuchar a ratos a los perdidos,

Alimentarme de sus miserias y seguir perdiendo.

Con ellos,

Junto a ellos,

Por ellos

Y con ellos.


Regalar vacíos,

Regalar mi cuerpo,

Mi cama y mis deseos.

Susurrar palabras incomprensibles,

Besar al aire,

Al vacío,

A ti.

A nadie, y a ti. Nadie.


Ropas de mentira,

Americana,

Barata,

De moda,

Como el sushi, y el queso.

Tan podrido y amargo,

Tan egoísta y escindido como el resto de alma,

Ese mismo del lenguaje,

De nos habiamos amado tanto,

De las gotas de agua sobre piedras calientes,

Del astrólogo de mentiras,

De las cartas irrenunciables.


Cuando amilané eso de alma,

Busqué respuestas en la sombra,

Del pasado, o del futuro.

Su lengua herida recordaba miserias,

Miserias de humanos,

Vagabundos, exitosos y ricos,

Pobres y exitosos,

Tristes, pero exitosos

Vestidos de esas ropas,

Susurrando con sus lenguas adolecidas,

Besando al aire,

A la nada,

A ti,

A mi.

A nadie.

19 enero, 2008

La rata de los naipes




A ratos pienso que la vida es una coincidencia mayor. El kharma, el dharma, los libros, la universidad, los amigos y los amantes. Repetidos e insensatas sensaciones y experiencias vertidas en una especie de tubo inconexo que da vueltas y vueltas a través de la faz de la tierra, y cuando se pierde, por el universo. Poético o no, es una especie de crueldad mayor, en la cual ninguno sabe dónde comienza y dónde termina. Eso pienso. Y no creo que sean las pastillas, ya que ahora estoy probando una edición superada del citalopram, que según mi doctora reduciría el impacto ansioso y depresivo, y esa pastilla que hace alucinar de día que me hace dormir por las noches.

Anoche vi una rata, o eso parecía, era negra, larga, gorda y pasaba sigilosamente por fuera de mi puerta mientras estaba tendido en mi cama pensando qué hacer. Los ojos por automatización mayor dirigidos a la sombra que se movía hacia la escalera tomaron toda la atención en ella. Entre el miedo y el pavor de ser presa de la realidad más macabra, o del inicio de mi psicosis, emprendí algunos pasos temerosos hacia el marco de la puerta. Dejando una pierna inmóvil cerca de mi cama, apoyo uno de los brazos en el marco, y lentamente entre el silencio de mi casa y el temblor de mi alma, empujo el cuerpo hacia fuera de los márgenes de mi espacio. Tenía dos opciones: o espantarme con la presencia de un nuevo extraño en mi vida, o asumir que ya había entrado en la esquizofrenia, de la cual tanto tiempo he escapado. No sé qué opción tomar.

La experiencia está cargada de experiencias extrañas, incomprensibles y simples también. Las simples a veces se tornan extrañas, y de difícil solución. Y las bizarras a ratos se vuelven las necesarias para sobrevivir. Tao. Cada cual sabe qué camino tomar. Viví mucho tiempo pensando en el doble vínculo, en el trasfondo de las relaciones, en lo oscuro de las personalidades y en el mundo contra uno, y aunque de cierto modo, siempre es así se decide mirar la existencia desde el otro ángulo, no se si el obtuso o el recto, pero se ve igual, y las variaciones en grados a ratos me hace anhelar ese pasado de angulosas formas. El vínculo seguro estaba bien ahí. Nada faltaba. Estaba ella, su casa, su madre, la mía, la perversión de mi madre, el silencio de mi habitación, sus consejos, su rabia, su odio y su amor incomprensible. Ella vuelve, y su presencia marca espacio, a pesar de su distancia. Y la recuerdo, pero no la extraño, porque la se aquí.

Ahora invento un mundo, de felicidad, dinero, trabajo, amigos, amantes perfectos y vidas vulnerables. Me falta un espacio, o me falta inventar algunos mas, para disfrazar las mentiras con trajes de lujo, lujuria, éxitos y milagros. Y aunque el mundo no sea tal, y se me desmorone cada vez que coloco la última pieza en este castillo de naipes, tengo pastillas y música para sentirme menos infeliz, a ratos. O hacer una felicidad de pedacitos de algún chocolate muy amargo, el mismo que se comía hambrienta esa rata que nunca apareció.