30 junio, 2016

Rayos de felicidad



Empezó esa época de adicción las seriales de netflix y he visto varias. Terminé Orange is the new black y me siento como esa señora que se sentía vacía después del final de La madrastra. Hay que llenar algún vacío, televisivo o psicológico. Lo mismo me dijo un tarotista ayer en la tarde. Caminé y caminé mucho, no sé con qué fuerzas, posiblemente deben ser los remedios que dé quizás qué humano y ratón me están metiendo me están haciendo mejor. Ojalá sean de algún maratonista o un ratón encerrado en cautiverio en un laberinto eterno. Me diagnosticaron una enfermedad extraña, una idiotez que en vez de destrozar el hueso, lo crea, y esto no es del todo bueno. Une hueso con hueso y finalmente la articulación de la columna pierde movilidad y así se va comiendo todo el cuerpo hasta anquilosar las costillas y mueres de un infarto. En eso he estado todos estos meses, en que si tengo el diagnostico, que no lo tengo, que estoy loco. Hasta al psiquiatra me enviaron y una parte de mí también prefería estar demente. Un par de psicotrópicos, dormir mucho, una cura de sueño, un mes internado y a la casa, pero no, sigo siendo un dápico neurótico, un poco histérico, homosexual y con una cruda falta de creencia en el sistema político y religioso (empecé a ver house of card).  El tratamiento es una lata y una crueldad a la vez, y todo el trámite administrativo es desgastador, He peleado con secretarios, médicos, instituciones y personas a las que amo. Todo ha sido confuso, una nebulosa muy oscura en la que con dificultad siento mis propios pasos.

Caminé mucho. Compré un par de frutos secos y seguí adelante, respirando profundo, tratando de no pensar mucho y escuchando unas canciones raras de pulp. “Eres escorpión” me dijo ese tarotista con olor a cannabis, “no eres fácil, te gusta pensar, el cine complicado, los personajes torcidos, los humanos con un sentido incorrecto…qué te diagnosticaron?”  Lo escuché sin criticar. Tuve un día de muchos cuestionamientos y un cansancio nuevo qué me cuesta explicar. Por fuera me veo sano y con ganas de caminar y tomar la bicicleta e irme al trabajo para estacionarla en el -2, saludar a mi jefa, a mis compañeros y enterarme de las novedades del día y la telenovela de la cual era parte, pero la única verdad es que por dentro me siento sin fuerzas de nada (estoy un poco cansado de repetirlo). Nadie ve los huesos y el alien degenerado que está creciendo dentro de mi también es un poco torcido, como el personaje que me gusta. "Lo esencial es invisible a los ojos" dice una mala publicidad del mall plaza, citando al zorro del principito. En la clínica perdieron mis exámenes (nuevamente) y nadie encontraba soluciones. Perseguí a mi doctora y se compadeció y me prometió una solución, nada más, tampoco creo que pueda hacer más. Lloré desde el alma entre pasillos de ese hospital enorme que parecía un laberinto y no lo podía contener, nadie más podría comprenderlo, sólo yo. Ese tarotista me aconsejó cambiar de aire, que quizás antes estaba mejor. Me acordé del libro de Rivera Letelier, los trenes se van al purgatorio, y que la pampa te atrapa, que es una bendición con tintes de condena.  

Extraño un poco Antofagasta: mi casa, al estacionamiento, las distancias, mis amigos, acómo era el amor, en los cambios que hice en varias personas. Siempre que tengo algo nuevo lo modelo a mi gusto y lo proyecto. Ese algo era perfecto. Aquí no lo es y hay que buscar la forma de re-inventarlo y por eso estoy aquí…quizás termine ayudando niños en el áfrica o trabajando en algo de Brian Weiss en un taller de vidas pasadas (miento). Me acuerdo de Barcelona, una ciudad perfectamente imperfecta donde todo era posible, donde los chinos no hablaban ni catalán ni español y no se esforzaban en comunicarse correctamente, sólo te vendían sus donas chinas y cafés malos con Internet, de qué forma, no sé. Esa ciudad me gusta, la del idioma esquizofrénico y sus casas torcidas, la de los chinos indiferentes y la sagrada familia, la de Gaudí muriendo silenciosamente con un poco de frutos secos en el bolsillo en una calle después de haber sido parte de una obra que espero nunca termine….como el sentido de las cosas. Por más que uno intente buscarlo, nunca lo encontrará, porqué somos parte de él. Somos perfectamente incompletos y perfectamente hermosos como silenciosos.

En el final de temporada de Orange, la protagonista dejó de importar y murió un personaje secundario entrañable, lleno de sueños y esperanzas en manos de un personaje que hizo abuso de poder. Y simplemente murió. “Tú crees en las señales?” (Preguntó Poussey en un flashback),  “creo que este mundo es un lugar dañado, y si encuentras un rayo de felicidad, aprovéchalo, lo más que puedas”, le respondió un actor disfrazado de monje budista.

Seguí caminando y llegué a mi casa, sin tratar de pensar en nada, salvo en las lealtades, y en los rayos de felicidad. Torcidos, como una parte de mi columna.

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